El miedo es el disfraz de turno del dolor propio de la existencia humana en un plano material en proceso de despertar. La mente se aferra al miedo. A mayor actividad mental no observada, más miedo. El miedo, los pensamientos miedosos, las emociones y sensaciones físicas que se desprenden del miedo son tan solo un recordatorio de que nuestra mente está funcionando en piloto automático y requiere observación.
La mente, emociones y sensaciones físicas observadas conscientemente ponen al miedo en su lugar.
Ante todo miedo primero parar.
Respirar y sentir.
Observar y ordenar con consciencia.
Dentro de la dinámica de observación permanente y consciente, el miedo deja de ser protagonista de nuestras vidas, dejando lugar para que crezca el amor, la confianza y la inspiración.
Pasando así de una vida guiada por el ego mental racional miedoso a configurar una existencia vital humana guiada y coordinada por nuestra esencia divina.
Al sentirnos divinamente guiados a experimentar, sentir, aprender y evolucionar podemos tomar cada instante como una oportunidad de despertar en consciencia un poco más.
Sea la situación que sea, venga lo que venga.
Configurando así cada nueva experiencia del presente como una oportunidad de aceptar la vida tal y como es, entregándonos a la experiencia que toca sin ofrecer ningún tipo de juicio ni resistencia.
Viviendo al pulso vivo del corazón abierto, atentos a la voz del alma, sin controlar nada, respirando, sintiendo, confiando y amando.
Muchos necesitamos estímulos permanentes para movilizar nuestras reservas de energía: adicción a cumplir con los objetivos que nos proponemos; adicción a cumplir con las expectativas propias y ajenas; adicción a ser aprobados, queridos, valorados. Vivir siempre al límite a nivel económico, corriendo detrás de cosas a pagar, y cuando generamos dinero inconscientemente buscamos algo en qué gastarlo para seguir corriendo detrás de la plata.
Adicción a una forma de actividad física que nos mantenga exigidos al límite permanentemente; adicción a relaciones disfuncionales, en las que permanentemente nos hace sentir vitales el conflicto y la posibilidad de perder al otro; adicción al dinero y al poder, tener cada vez más nos da fuerza para seguir adelante.
Podemos vivir sin tanta adrenalina, sin tanto estímulo, sin tener que estar allá arriba. La adrenalina nos permite obtener energía de nuestras reservas, pero a medida que se van agotando, estamos cada vez más propensos a enfermar, física, mental, emocional o espiritualmente. Al agotarnos buscamos compensación de algún modo. Con la comida, alcohol, tabaco, drogas, relaciones, cosas, poniendo nuestra salud en riesgo. Podemos vivir más livianos, aceptándonos y amándonos tal como somos hoy.
Confiando en el devenir, en los tiempos y procesos de la vida. Soltando un poco el control, soltando es cómo se van dando las cosas, podemos confiar en la vida y encarar cada día con más confianza y con menor costo vital.
Si aspiramos a una salud integral debemos ser coherentes y estar atentos a nuestras necesidades. Si nuestro bienestar es una prioridad, se debe ver reflejado en gestos cotidianos de autocuidado en relación al descanso, nutrición, actividad física y relajación. Si realmente estamos comprometidos con nuestra salud, vamos a tener que invertir cotidianamente tiempo y energía en dicho proceso. No hay pastillitas mágicas, ni suplementos, ni alimentos estelares, hay compromiso, una actitud inquebrantable de querer sanar y estar bien. Un cambio de alimentación requiere un cambio de CONSCIENCIA.
Según cómo sean nuestros pensamientos y emociones, así serán los alimentos que nos va a pedir el cuerpo. No hay disociación, hay integración; si en nosotros hay paz, amor y equilibrio, el cuerpo naturalmente nos va a pedir mayormente alimentos frescos y vitales. Si estamos tensionados, estresados, enojados y con cuestiones no resueltas, el cuerpo naturalmente nos va a pedir alimentos que anestesien. El atracón es querer anestesiar desesperadamente una sensación que nos molesta.
Lo primero es permitirnos sentir y reconocer que hay malestar interno, muchas veces lo confundimos con hambre. Después de reconocer que estamos cargados, descargar, mover esa emoción, bajarla al cuerpo, realizar alguna forma de ejercicio o movimiento que movilice la química corporal de tensión: cortisol, hiperlipemia e hiperglucemia, energía disponible que si no se moviliza se transforma en malestar interno (nos sentimos mal) e hiperactividad mental, no nos para la cabeza entonces buscamos algo con que anestesiarnos para no sentir tanta locura.
El secreto del éxito en un camino hacia la salud integral es subordinar la mente al corazón. En el fondo, si hacemos el silencio suficiente y descargamos las interferencias que genera el estrés crónico, cada persona sabe intuitivamente qué es lo que necesita para sanar.
Lo siguiente es confiar en esa información y dejarnos guiar por ella. Soltar el timón e ir fluyendo con lo que sentimos momento a momento; dejar de programar y especular, simplemente ser. Dejar de definir y de definirnos, simplemente ser. La alimentación es el medio, sanar es el fin. La alimentación brinda el contexto de claridad mental, confianza y energía vital para ir materializando los cambios que requiere nuestra vida. Todo lo que vamos sanando, con nosotros mismos, en nuestros vínculos, en relación al manejo de las tensiones cotidianas, en el aspecto laboral, en el priorizar nuestras necesidades de alimentación, actividad física, descanso, relajación y propósito de vida es lo que finalmente nos permite ir sanando todos los niveles de nuestro ser.
Es llamativo que prácticamente todas las personas que ponen en orden su cuerpo físico, su mente y sus emociones, tienen la experiencia de una realidad más profunda e integrada, aunque sea en forma vaga y fugaz. En la mayoría de los casos en los que afinamos lo suficiente el instrumento que somos, llegamos a desidentificarnos de nuestras estructuras mentales de pensamiento repetitivo y constante y podemos sintonizar con una realidad más profunda, más íntegra, más divina.
Si nuestra vibración física, mental y emocional es baja, vamos a estar sintonizados con el noticiero, con la tragedia, con la crisis, con el miedo. Si cambiamos la calidad nutricia y vibracional de lo que comemos, si empezamos a mover el cuerpo y a liberar tensiones, si bajamos frecuencia mental a través de algo que nos relaje o distienda, recién ahí vamos a poder experimentar que hay algo más allá de lo cotidiano.
Lejos de ser parte de un conjunto de creencias o dogmas, la fe es consecuencia de la experiencia de un amor que trasciende lo humano. La experiencia con Dios o de la divinidad es justamente eso. Al menos por un instante sentir un amor que excede nuestra comprensión racional y que a la vez le da sentido a todo. No importa el nombre de ese "algo más" divinidad, amor, dios, esencia, ser. No importa comprenderlo intelectualmente en términos humanos, sino tener una vaga experiencia de esa realidad que nos excede y nos sostiene a la vez.
Uno que sabía dijo: “Yo soy amor. Yo y el padre somos uno y ustedes semejantes. Milagros mayores que éstos harán ustedes”. A veces cuesta comprender, si hay una divinidad que está en todo, ¿cómo puede ser que me enferme? ¿No era que el amor divino siempre busca la expresión de nuestra mayor felicidad? La enfermedad justamente suele tener lugar cuando nos alejamos de nuestra mayor felicidad. Cuando no nos ocupamos siquiera de nuestras propias necesidades nutricionales, de ejercicio físico, de distensión. Cuando nos dedicamos a algo que no es para nosotros, que no tiene que ver con nuestras capacidades más profundas, que no tiene que ver con nuestro propósito de vida.
Cuando sostenemos vínculos basados en la interdependencia, en el conflicto, en el desencuentro.
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